Para ser aceite hay que nacer oliva, de nada sirve ser voluntarioso vapor o calculador hielo. Quise trascender mi condición acuosa y tornarme en aliño de frescas y volubles ensaladas, pero solo logré freírme en su gélida verdura. Allá a donde iba, arrastraba mi carga de lípidos libros, que ya habían pasado mi página, o peor incluso, ni se la habían leído. Hasta que encontré a mi segunda parte de hidrógeno, mi mundo de oxígeno. Ahora me siento sólido y me evaporo, y me diluyo, y me concentro, y navego por un vasto océano de infinitas e irisadas gotas, donde el horizonte se pierde, pero el rumbo sabe a destino.